La apuesta por el arte en nuestra época

Vivimos en una época rara en la que confluyen casi todas las influencias del vertiginoso siglo veinte, tanto en el arte como en la moda podemos observar una mezcla de elementos de distintos estilos y tendencias, desde los pantalones acampanados hasta los sonidos crudos de guitarras gretch con amplis orange. Cada vez más nuestro entorno está lleno de mensajes que nos invitan a imitar modelos y consumir productos. Lo que en algún momento fue un movimiento de protesta ahora está completamente asimilado, es común que los jóvenes vistan atuendos que antes creaban conflicto y escándalo tanto dentro como fuera de sus casas. En el campo del arte hace décadas que las vanguardias dieron paso a un discutido posmodernismo y a pesar de que el rock y el jazz han tenido sus épocas de invención y frescura, ya no vemos con frecuencia propuestas innovadoras. Cuando Jimmy Hendrix saturaba su Marshall creando sonidos nunca antes imaginados, los asombrados espectadores, entre los que se encontraban con frecuencia los más destacados músicos de rock de su tiempo no daban crédito ante lo que escuchaban y hoy en contraste, aquello no sólo es cotidiano sino que se ha mejorado muchísimo el tono y las técnicas de la guitarra de rock.

Me inquieta que la mayoría de la gente tiende a homogenizar su criterio y rechaza con facilidad todo lo que es ajeno a su mundo y aunque esto no es algo propio sólo de esta época pues siempre de algún modo ha sido así, ahora, gracias al intenso bombardeo tanto de los medios masivos de comunicación como de Internet, este fenómeno es más fuerte que nunca. Contrario a lo que hubiéramos podido esperar de la era de las comunicaciones, nuestra gran capacidad mediática en lugar de dar paso a una mayor pluralidad tiende a homogeneizar; hoy podemos ver a una muchacha china y una inglesa vestidas igual cada una en su país o escuchar un grupo de salsa japonés y en esta globalización lo que es más difícil identificar son las características de la cultura de cada pueblo, como no sea su reducción a una imagen superficial y en muchos casos caduca y esto tiene mayor alcance en las manifestaciones artísticas más propositivas.
Lo que yo me pregunto es, luego de tantos avances en la ciencia y tanta vanguardia en el arte del siglo veinte ¿qué nos queda para ser creativos?, ¿cómo tener una propuesta personal?, ¿cómo lograr una voz propia? y sobre todo acusa la pregunta: ¿vale la pena?
Mi respuesta es que la alternativa está no en tratar de ser original, lo importante es ser honesto con uno mismo, no ir necesariamente con la corriente sino ser congruente con mis propios intereses. Nada me va a salir tan bien como lo que tiene realmente sentido para mí. Muchas veces nos encontramos haciendo algo porque es lo que llama la atención en ese momento, sin sea lo que verdaderamente queremos hacer y el resultado es que no tiene esa parte de gusto e identidad personal que es tan importante en la obra artística, por lo mismo lo prioritario es saber bien qué es lo que cada uno queremos decir, qué es lo que nos interesa expresar. Apostar por el arte es una decisión por la necedad y la convicción, una verdadera cruzada personal por la creación y defensa de nuestra personal forma de sentir y hacer las cosas y ¿vale la pena?, definitivamente sí. Hago énfasis en el sí porque el arte no es algo que uno “deba” o no hacer, es una de esas pocas cosas que nos hacen humanos, el artista tiene la necesidad personal de expresarse, independientemente de las expectativas de éxito o de las condiciones de su entorno, de cualquier forma el artista termina haciendo su obra y la única vía posible es la de expresar sus propios intereses estéticos. Como siempre en la historia, abundan los imitadores, los que convierten en fórmula de venta alguna expresión artística, pero mientras exista la humanidad siempre tendremos entre nosotros, para nuestro propio bien, verdaderos artistas.

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